Aún lo recuerdo.
Siempre pedía un cuento antes de
dormir. Papá con gusto tomaba un libro pequeño, de pasta dura, con muchos
dibujos y pocas letras, mientras que otras veces extendía la cobija hasta el
cuello y pensaba un rato, inspirándose en lo que le hubiese pasado aquel día o en algo de la
habitación.
Era como un ritual. Él entraba en
el cuarto, cuyo piso estaba cubierto por una alfombra de colores, crayolas,
acuarelas, gises, pinceles y hojas, y en medio encontraba a una tierna criatura
que se apenaba al verse sorprendida por aquella figura en el umbral, pero en un
segundo se emocionaba y corría a limpiarse, para mostrar con ímpetu sus
primeras obras de arte antes de entrar por cuenta propia en la pijama azul con
estrellas plateadas y saltar en la cama repleta de peluches.
Papá se aclaraba la garganta
luego de la petición de todas las noches y comenzaba cada relato con una frase
diferente. Convertía a los osos y demás muñecos de felpa en villanos,
guerreros, príncipes, princesas, doncellas, magos, héroes, elfos, hadas… las
paredes decoradas con colores pasteles y algún garabato, se desmoronaban con
suavidad para dar paso a paisajes de praderas verdes, inmensos castillos de
piedra, campamentos de gitanos y el techo con estrellas fluorescentes, se
volvía un cielo verdadero donde volaban dragones lanzallamas, testigos de todas
las travesías que la tersa y profunda voz de mi padre se encargaba de guiar.
Un día, sin darme cuenta, noté
como las paredes se volvieron blancas en su totalidad, cubiertas de pósters de
artistas y fotos de personas, fortaleciendo aquellos cuatro muros para volver
la habitación el lugar más seguro e impenetrable del mundo.
El letrero de la puerta ya no
tenía un nombre, sino una advertencia de tocar antes de entrar. El cielo se
había visto nublado por muchas nubes blancas hasta volverse liso, con un sol
blanco incandescente en el medio y los peluches alborotados en los estantes,
dejaron sus lugares a libros gordos de ficción, diccionarios y alguna que otra
enciclopedia.
Los cuentos ya no los contaba
papá. Ya no había quién le hiciera aquella petición. El contenido del armario
cambió; no más vestiditos rosas y floreados, ahora había shorts, pantalones de
mezclilla, vestidos ajustados y ligeramente cortos que eran comúnmente
acompañados por tacones.
Los zapatitos de charol y los
huaraches blancos fueron suplantados por tenis negros, botas y botines. No
había perfumes de Hello Kitty o marcas infantiles. Ahora eran botellas de
cristal con otras marcas, otras cajas. Álbumes de fotos apilados en un cajón,
incluso los colores y óleos cambiaron, así como las cosas que solía plasmar en
los cuadros.
Una computadora sobre el
escritorio de madera, ocupa el espacio que antes tenía un tocador de plástico,
en el rincón hay varias mochilas y un bajo con su amplificador en otra esquina.
Los alhajeros tienen ahora plata y oro, ya no hay collares de aleaciones de
plástico con diamantina. Caía rendida no después de un día jugando, sino de una
tarde estudiando, arrullada ya no por aquella grave voz, si no por el sonido de
alguna canción.
¿En qué momento cambié las
sábanas de princesas por unas con diseños geométricos y colores elegantes?
¿Cuándo comencé a pintar las uñas con esmaltes negros en lugar de poner un
color en cada dedo? ¿De qué manera esos conjuntos de pijamas cambiaron por un
pants gastado y una playera grane, holgada y vieja? ¿Cómo es que ahora solo
quedaban tres peluches a la cabecera de la cama? ¿Desde cuándo las paredes y el
techo eran lisos y uniformes? ¿Hace cuánto no se desprendían para dejar de ver
un paisaje?
Tocaron a la puerta y tras ceder
la entrada, vi a mi padre. Ya no me parecía gigante y su cabellera comenzaba a
esfumarse en la frente y a tomar tonos grisáceos en algunas partes, pero eso no
le impedía subir cada noche a desearme dulces sueños. Le sonreí, sentándome en
el colchón y esperando a que se acercara más.
-Cuéntame un cuento –le pedí. Se
sentó a la orilla con una curiosa sonrisa en el rostro y un resplandor en los
ojos que había despertado como un niño en navidad. Aclaró su garganta y tras la
primera frase, vi de nuevo a aquel dragón carmesí desgarrar el techo.
Wow. No tengo más, Tary. Me has dejado impresionada♥ Yo aprecio en particular muchísimo a mi padre y siempre estamos riendo, abrazandonos, contandonos cuentos y todo C: tu relato me llega al alma, que hermoso, gracias :3
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