Y sigo aquí. Cada noche sigo aquí, entre estas cuatro paredes que a veces se disfrazan de mundo y otras de prisión. ¿Y a quién le lloro? ¿A quién pertenece el grito mudo que se estanca en mi garganta? No a mi padre, buen hombre que peca de optimista. No a mi madre, mujer fuerte que a pesar de los golpes y traiciones mantiene sus sentimiento intactos. No a mi hermano... no a ellos.
Sigo aquí, en espera de reencontrar la esperanza perdida, pensando... sí, pensando en cómo alguien tan joven puede haber perdido la fe en el futuro y contiene un alma tan cansada, como si llevase años vagando por este mundo. Mis brazos se rinden y todavía esperan. ¿De quién es el calor que buscan mis manos? No de mi mejor amigo, muchacho incondicional que tiene sus propios problemas y no quiero molestar con mis lágrimas. No a mi mejor amiga, quien se encuentra lejos y se preocupa por mi bienestar. No a los que juraron estar ahí y ahora he dejado de lado... no a ellos. No hay calor más que el de mis sábanas.
Sigo aquí, ahogándome entre música y dolor, intentando mandar una señal de auxilio o darme la fuerza para levantarme como la última vez. Como hace una semana. Como siempre desde hace años, cuando descubrí que nadie me puede salvar de no ser yo. Y aún así mis ojos siguen buscando a alguien. A algo. ¿A quién busco? ¿Qué busco? No a ese chico que me prometió felicidad con tan sólo tomarme de la mano. No a él, porque no sabe a lo que se enfrenta; nunca le dije que tengo personalidad depresiva y quizá nunca se lo diré, porque tiene sus cicatrices, las vi en sus brazos. No a él... no merece estar triste.
Quizá pertenece a los discos compactos, los cassettes, los discos de vinilo que se amontonan aquí y allá en mi habitación. A las palabras de personas que nunca conoceré pero tranquilizan mi alma, porque dicen "sé cómo te sientes". Lo saben porque son humanos y, quizá no te salvan la vida, pero te dan la fuerza para ir a dormir sin tomar pastillas, para arañar la almohada y no tu piel, para convencerte de que quizá, si el día siguiente no es mejor, por lo menos sus canciones sí van a seguir ahí. Y el día siguiente. Y el siguiente. Y para siempre.
Así, sigo todavía aquí. Sin esperanzas, sin deseos de vida, ya ni si quiera con lágrimas; sin rencor a quienes prometieron estar y se han ido, porque incluso yo los he alejado o me he retraído en mi mundo; sin excusas, fuerzas ni ganas de un tiempo, sólo deseando sobrevivir al momento. Como ayer... como cada noche. Como cada noche, sin ganas de dormir ni saber más del mundo, quizá con ganas de huir pero sin fuerzas para correr, porque no tengo un lugar a dónde ir.
Y sigo aquí. Existiendo. A veces viviendo. Sobreviviendo. Simplemente sigo aquí.